Foto archivo DIRAC - Gobierno de Chile.
LA OPERACIÓN
RUIZ
POR CARLOS FLORESL DELPINO
Raúl Ruiz está relajado. Habla en voz muy baja para que le pongan atención, dice; se relaciona siempre cordialmente, camina lento y llega siempre a la hora.
Esta vez, nuestro encuentro fue en el Instituto Chileno Francés para almorzar posteriormente en el Gato Pardo junto al Agregado Cultural, la encargada de Asuntos Audiovisuales de la Embajada de Francia, Eduardo Sabrovsky de la Universidad Diego Portales y Pablo Oyarzún de la Universidad de Chile, con quienes compartimos la responsabilidad de organizar un Seminario sobre la obra de Ruiz y una retrospectiva de sus películas.
A la una y media en punto Raúl Ruiz venía entrando con su esposa Valeria Sarmiento al Instituto Chileno Francés. “Estimado” me dice, como es su costumbre, mientras me tiende la mano. Ruiz no cede a los automatismos sentimentales. Nada de abrazos ni alegrías desmedidas y probablemente falsas.
Da la mano, dice “estimado” con una sonrisa imperceptible y punto.
En el camino al restaurant se nos cruzó un muchacho en bicicleta que primero pasó de largo y luego se detuvo y se devolvió. Don Raúl, le gritó. Raúl lo esperó y se quedó conversando con el ciclista.
Se inicia el almuerzo. Ruiz se desplaza con fluidez en la conversación. Se va por las ramas, se desliza. Escucha, se saca de encima los temas que no le interesan y se prodiga en anécdotas extremadamente productivas e iluminadoras.
Se habla de vinos. Raúl cuenta que el Cabernet Sauvignon favorece la diabetes que tiene. Aclara que no sirve para todas las diabetes pero que para él sí sirve. Nos acordamos de una situación ocurrida en 1972 cuando el presidente de Chile Films improvisó un discurso de bienvenida para la delegación de cineastas Soviéticos que visitaba Chile.
Además de los cineastas, todos hombres, la delegación Soviética estaba integrada por una gran cantidad de hermosas actrices. El presidente de Chile Films, activado por los aperitivos, los abrazos, las actrices y los vinos, desarrolló un discurso que partió explicando la importancia que el pueblo de Chile le asignaba a la visita de estos insignes visitantes para rápidamente desviarse hacia el tema de la belleza de la mujer soviética representada en este grupo y continuar con una verdadera declaración de amor a una de las actrices en un lenguaje un poco ridículo y a veces procaz.
El Secretario General de Chile Films se acercó rápidamente al traductor ruso para ofrecerle sus disculpas por el incidente y el intérprete ruso le contestó que no había problemas porque siempre traducía lo mismo en estas ceremonias oficiales. Precisamente en el momento en que el Presidente de Chile Film le declaraba su amor a una de las actrices el intérprete había traducido en ruso “el pueblo chileno ama la paz y espera que el futuro sea venturoso para ambos pueblos.”
Son extrañas las anécdotas de Ruiz. Siempre ponen en evidencia – y en ridículo - el monumental esfuerzo humano por ser algo distinto a esta pequeña, fallida y maravillosa organización vital que somos. Estas anécdotas rompen el sentido que – para evitarnos esfuerzos y dolores – le hemos asignado a las absurdas operaciones sociales y culturales que traman nuestras vidas.
Otra historia contada por Ruiz en el almuerzo: un hombre entra a un salón de baile. Ve a una mujer de la que se enamora inmediatamente. La mujer está en el otro extremo del salón y para sacarla a bailar debe cruzar completamente la pista de baile. El hombre es muy tímido y cuando llega frente a la mujer que lo ha enamorado se paraliza y confunde sacando a bailar a la hermana que está sentada al lado.
El hombre baila con la hermana de la mujer que amaba, la enamora, se casa y vive veinte años con ella.
Las anécdotas que cuenta Ruiz – que podrían llamarse también parábolas – tienen una estructura y una atmósfera parecida a la de sus películas y de sus textos y provocan la misma extraña e incomprensible alegría. Por eso la sala 11 del Cine Hoyts se llenó con 500 a 600 espectadores cada día de las conferencias de Ruiz. En algunos casos hubo más público para sus conferencias que para sus películas.
Ruiz no es solo un director de cine. Su discurso aparece también en sus ensayos, entrevistas, instalaciones, montajes teatrales, mitos, anécdotas o recomendaciones de cómo cocinar el pollo.
Ruiz llama Proliferación a esta habilidad que tiene para producir historias yéndose por las ramas. Solo lo que está vivo prolifera y la proliferación es siempre disparatada, tumoral, anárquica, al margen de todo automatismo.
Proliferar significa crecer sin orden, dejarse caer, deslizarse. Eso es lo que Ruiz hace al conversar. “Me voy por las ramas porque no se hacerlo de otra manera, y esta no es una declaración de principios”, alerta inmediatamente. “Para mí el deslizamiento es una tentación de la que no me puedo resistir” dice, mientras baja el interruptor de un micrófono por el que habla en una de las conferencias.
“Por ejemplo, ahora se me cruza la idea de que no puedo apagar este micrófono y que desde él sale una voz de un policía de la comisaría que está a la vuelta de la esquina. Yo le digo que está equivocado y que aquí estamos en una conversación sobre cine. El policía me pregunta cual es el tema que estamos discutiendo; yo le digo que estoy proponiendo eludir el conflicto central para irme por las ramas en la narración. El policía me dice que él no está de acuerdo por que la narración debe ser coherente y debe tener conflicto central y si uno se va por las ramas... en fin. La conferencia termina con esta discusión imaginaria con el carabinero del radio patrullas.
La conversación con Ruiz continúa en una videoconferencia que realizó dos días después en colaboración con Alejandría y Universidad Virtual. Ruiz conversó con alumnos que estaban presenciando la conferencia desde ocho sedes universitarias conectadas online. Partió explicando lo que estaba haciendo, pero nuevamente, la proliferación, el deslizamiento, el irse por las ramas lo llevó a muchos lugares y temas. Todos fascinantes y productivos. Todos motivadores.
El público de la videoconferencia pregunta desde la Serena, Valdivia, Valparaíso, Iquique. Ruiz responde. Parece que no estoy respondiendo lo que me preguntan, me dice en un momento. No importa digo yo. Lo que el público quiere es escucharte hablar. Es sorprendente el modo como el público sigue argumentos densos planteados al interior de un discurso delirante y humorístico. Es impresionante el gesto de alegría en el público. La risa permanente. El estado de júbilo en que sale el público de sus conferencias.
Ruiz, como Parra, como todos los grandes ironistas, es un gran desarticulador de lo sagrado. Sus dichos son una descarga, una fuga que nos permite reír por un instante de lo fallido de este absurdo que vivimos.
Ruiz intenta atrapar y compartir lo no comprendido. Por eso produce alegría en su público. Porque hace que irrumpa lo invisible. Probablemente por eso, después de que terminaron las conferencias y la retrospectiva, cuando nos despedimos, frente a su departamento, en la calle Huelen, se bajó del auto y me dijo: “Ganamos”. Ganamos, dije yo también. Y claro, es cierto. Ganamos.
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